Un dí­a es un montón de cosas

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Divertida, melancólica, esta obra invita a repasar los tortuosos caminos del amor y los envases de donde pugna por escaparse.

Dicen que la humanidad empezó a ser eso, precisamente humana, el día que se reunió para cocinar sus alimentos y compartirlos alrededor de una fogata.

Cocina, calor, platos, ofrecidos por manos que además de alimentar congreguen, acerquen, amen. De eso estamos hechos, aunque a veces nos moleste: venimos de familias.

"Un día es un montón de cosas", la obra de Jimena Aguilar, habla de dos familias que se disuelven.

Una de ellas es judía. La madre se ha ido, dejando a su esposo y a su hijo comiendo comida chatarra frente al televisor. El hombre está mal. El hijo va al psicólogo.

El psicólogo tiene una familia también. Su esposa está aburrida. Le cuenta los sueños en ayunas a su hija, que parece que no la escucha demasiado mientras chequea sus mensajes del celular.

A partir de ese diseño de personajes, la obra avanza sobre la rotura de unos vínculos, la pena que da el desamor. Pero se plantea con un tono de comedia.

Están muy bien los actores. Mora Arenillas, Christian García, Enzo Pedroni, Alejandro Pérez y Marinha Villalobos (divertida y conmovedora en su papel de la  madre) llevan adelante la historia y a la vez la atraviesan, la hacen concurrida y verosímil.

Los efectos sonoros, a cargo de Ramiro Córdoba y Emiliano Di Nardo, suceden en el momento justo y son a la vez música y soporte climático.

La escenografía de Pedro Piana es ingeniosa: en forma de diagrama de conjuntos de inclusión,  utiliza un mismo sillón para las dos casas, una zona gris compartida para las dos familias, que refleja además la intención última del texto.

Aquí se destaca la valentía de dejar atrás lo que nos lastima, el dolor de los que se quedan, la belleza de la juventud y el intento de seguir, aunque sea desnudándonos ante el otro. Una bella obra, un bello texto para compartir.

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