Mientras se vuelan los campos

Por: Juan José Bertolaga

Una suave oda a la esperanza, una reflexión a modo de metáfora que nos invade y avisa que el final está donde lo queramos poner.

El texto de Raquel Albeniz nos propone que para sobrevivir, debemos almacenar, acopiar, poseer, sembrar y cosechar, ocuparnos del cuidado de nuestras pertenencias, ya que ellas nos anclan al sitio que es nuestro lugar en el mundo. El modo en que iluminamos ese sitio, marcará nuestra calidad de vida.

El material habla de hombres y mujeres de campo. Aquellas personas que habitaban lugares activos, con caballos, corrales con ovejas, poblados gallineros, una constante actividad, una esperanza, un proyecto, un objetivo de construir cada día, pero el pesar se ha apoderado de ellos y hoy no queda nada. La maltratada tierra cobra venganza y deja estériles a los campos, caprichosamente arrasa con lo que encuentra y ya nada deja.

La queja sólo destruye, la ilusión es un incansable constructor que día a día le da sentido a nuestra existencia. Somos nosotros los que decidimos qué camino tomar y a dónde queremos ir.

Silvio habita su chacra en los últimos días, la abandona, el polvaredal se ha adueñado de todo. Aira es un vecino que sólo posee una gallina y sostiene una ilusión, la última. Elena es el espacio que los separa y decide poner toda su esperanza en una gallina, que se multiplique y que todo retorne a la normalidad de a poco y con fuerza. La seduce ver y tener algo que requiera atención y cuidado, el volver a empezar.

Raquel Albeniz y Paula Etchebehere transformaron este texto en metáfora y nos muestran que elegir dónde estar, es nuestra decisión.

Coni Marino, David Masajnik y Claudio Pazos construyen estos tres personajes que están en el campo de nuestra imaginación, con gran efectividad. El código de humor, le aporta al material, la poética necesaria para entender que es simplemente una decisión interna, algo que sostener. 

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