Editorial


 

 

Società Unione Operai Italiani

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La ciudad recupera una de las salas más emblemáticas de nuestra cultura, arrebatándosela a las garras de la desidia y la incompetencia.


La ciudad recupera una de las salas más emblemáticas de nuestra cultura, arrebatándosela a las garras de la desidia y la incompetencia.

 

En las últimas décadas del siglo XIX, la asociación que aglutinaba a los operarios italianos, pertenecientes a la constante corriente inmigratoria que por décadas mantuvo el país, formó una extensa red de edificios destinados a brindar cultura y educación para sus afiliados y la ciudadanía en general. Otra loable función era  albergar a sus compatriotas recién llegados hasta que se integraran a la vida urbana o rural de la Argentina.

El más emblemático es el edificio ubicado en Sarmiento 1372 de esta ciudad, construido en 1884. En sus épocas doradas poseía una fastuosa sala para conciertos. El salón Augusteo fue, para la vida de entonces, muy importante dentro del circuito porteño. En su fiesta de inauguración se ejecutaron piezas del genial pianista y compositor noruego Edvard Grieg (1843/1907) y de allí en adelante el recinto albergó relevantes veladas de la lírica.

También contaba con un edificio trasero que funcionaba como centro de educación para la colectividad y les ayudaba en el aprendizaje del castellano.

El auge logrado por la tarea realizada provocó que se necesitara más espacio. Por ello, en 1913 la asociación solicitó las obras de ampliación y remodelación del edificio al arquitecto italiano Virginio Colombo. Este profesional fue un gran exponente del estilo Liberty (corriente italiana del Art decó), egresado de la academia de Brera, en su Milán natal. En 1906, fue traído al país por el Ministerio de Obras Públicas para realizar decoraciones en el nuevo Palacio de Justicia.

El afamado arquitecto no sólo aderezó el salón Augusteo -dotándolo con cariátides, ramilletes de flores, rejas con nautilus, una pintura en el techo con íconos de la colectividad en nuestro país y una boca de escenario con cabezas de mujer y de hombre-, sino que rediseñó el edificio con cuatro pisos nuevos y departamentos para infinidad de usos, además de construir una de las fachadas más ornamentadas, poblada de piezas artísticas con balcones, columnas y esculturas.

El conjunto era tan notable que el especialista en patrimonio Fabio Grementieri lo llamó “el edificio más importante jamás construido por los italianos en Argentina”. Centro de la italianidad en Buenos Aires, allí se produjeron eventos que marcaron a fuego nuestra vida cultural. Uno de ellos fue la Prima Esposizione Artística, Industriale e Operaia Italiana, a la que asistió el presidente Julio Argentina Roca. Otro fue el recital que dio el niño prodigio Ernesto Drangosch en 1891, cuando tenía nueve años, ante una multitudinaria platea. El jovencísimo concertista era hijo de uno de los propietarios del almacén de música y depósito de pianos Drangosch & Beines.

Esta institución vivió épocas de gloria y reconocimiento, hasta que a principios de los años 70, debido a una reestructuración de las asociaciones italianas, cambió de dirigencia. Con el tiempo cayó en manos de la Unione e Benevolenza, pero la evidente incapacidad de sus directivos hizo que dejara de tener una programación abocada a la cultura. La inactividad progresiva condujo a un desfasaje económico para su mantenimiento, dejándolo librado a su suerte en la última década del siglo XX.

Un aporte del gobierno de la ciudad hizo que en el 2003 se realizara la restauración de su fachada, pero lamentablemente el interior no gozó del mismo beneficio. Intentaron realizar la venta del inmueble, pero por suerte fue declarado patrimonio de la ciudad con un salvaguardo de estructura. Las autoridades a cargo estaban atadas de pies y manos en su intención de sacarse el edificio de encima.

Sufrió un incendio intencional que destruyó gran parte del bellísimo salón Augusteo, y un orificio en el techo por donde entró agua durante años, proporcionando más deterioro. Además, soportó la depredación de sus históricos elementos, que fueron arrancados y vendidos como antigüedades. Hasta el carro del antiguo ascensor desapareció. Si a esto le sumamos el derrumbe en la estructura posterior, quizás era factible darle la estocada final, dejarlo solo, para el suicidio y vender el lote, como lo promocionaba una inmobiliaria que inició la venta del terreno, argumentando que el edificio había sido afectado por un derrumbe y se lo podía tirar abajo.

Pero la noble arquitectura resistió y se mantuvo de pie, haciendo honor a sus constructores y a sus ciento treinta años de presencia.

Finalmente, a mediados de 2012 el edificio fue comprado por la cienciología argentina, con el fin de restaurarlo y devolverle su apogeo cultural.

Con asesoramiento del arquitecto especialista Fabio Grementieri y un estudio de arquitectos americanos, nos devolverían la tan preciada casa de lírica.

La iglesia cienciológica está abocada, entre otras misiones, a la puesta en valor de la cultura a nivel mundial. Conocida por integrantes como Tom Cruise o John Travolta, realiza una extensa labor, ayudando a nivelar los rangos sociales y brindando apoyo a los más necesitados. Posee una sede en nuestro país.

El pasado 13 de diciembre, dentro del salón -que mostraba una evidente limpieza e iluminación con motivo de embellecerlo-, se realizó un evento donde se presentó el proyecto de restauración del edificio de 5.600 metros cuadrados, dando cita a ilustres personalidades de nuestras artes que asistieron a un maravilloso concierto de la Camerata Argentina, bajo la dirección de Lucio Bruno Videla.

El director argentino con reconocimiento internacional seleccionó un repertorio que comenzó con obras de aquella primera velada de 1884, con autoría de Edvard Grieg. Continuó con una selección de Ernesto Drangosch. Luego vino El sueño de Mama Piedra de Enrique Mario Casella, donde intervino la bellísima voz de la mezzosoprano Adriana Mastrángelo. A esto le siguió un bloque de músicas argentinas que comenzaron con Triste, Milonga y Gato del autor Luis Sammartino, donde la gracia de la Camerata y el disfrute de su director, en completa conexión con sus músicos, brindaron un verdadero momento de placer. Siguió la jota Los ojos de mi moza, una verdadera perla de Carlos Gardel. El encuentro finalizó con la canzonetta Torna a Surriento, de Ernesto De Curtis, que en labios de la Mastrángelo coronó una velada ideal, dejando a la platea llena de la ilusión de que en ese recinto vuelvan a sucederse situaciones como estas, en las que el contacto con Dios se produce por medio de la comunión que nos proporciona el  arte. Esta sala promete volver a ser un coloso de nuestra cultura.

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