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Estrenos latinoamericanos

El abrazo de la serpiente

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Llega la esperada película de Ciro Guerra, producida por venezolanos, colombianos y argentinos, que retrata el mundo de la selva amazónica en un viaje inspirado. Para aquellos que quieran aprender a soñar.

Por estos días, "El abrazo de la serpiente" volvió a ser noticia porque fue nominada para los Oscar como Mejor Película Extranjera. Ya había dado un anuncio de su grandeza en el Festival de Mar del Plata, donde obtuvo el Astor de Oro. En Cannes, su director se llevó el Premio Art Cinema en la sección Quincena de Realizadores.

Es la primera vez que un film colombiano accede a la vidriera de los grandes festivales. Y es totalmente merecido, porque es una película apasionante.  Da orgullo que Marcelo Céspedes y Hori Mentasti, argentinos, hayan participado en la producción.

Narra la historia de Karamakate, un chamán que vive en medio de la selva, retirado del mundo. Los blancos han matado a su pueblo, se cree el único superviviente, hasta que un hombre de una tribu vecina, Manduka, le trae a un blanco gravemente enfermo para que él lo cure.

El blanco es un botánico europeo, que le dice que conoce sobrevivientes de su cultura diezmada. Karamakate acepta ayudarlo y parten a buscar la Yakruna, una planta que solo saben cultivar los del pueblo del chamán, y que es capaz de aliviar al botánico y a la vez, de enseñarle a soñar.

Es muy difícil explicar la belleza del film. Está rodado en blanco y negro, en escenarios originales, porque su director aseguró que en la selva hay trescientos tonos de verde, tan hermosos, que fotografiados al natural abrumarían al espectador. De todas formas, la fotografía es soberbia.

Con un sencillo hilo narrativo, el guión del propio Ciro Guerra y Jacques Toulemonde Vidal  se las arregla para contar la historia de la conquista, el poder sanador de la naturaleza, el peligro de que el mundo muera a manos de los hombres, la sabiduría, la conexión sagrada y el respeto que debería existir entre los humanos y la tierra que le da cobijo. Y todo contado con tono épico, de novela de aventuras, que hace que nos identifiquemos con los personajes y que los amemos sin prejuicios.

El guión tiene un bucle muy efectivo, salta al futuro, en donde Karamate es viejo y ha olvidado las cosas de su pueblo. Un nuevo aventurero blanco llega junto a su choza. Esa vuelta contiene la esencia del relato, que no se limita a dividir las cosas entre sometedores y sometidos, sino que se encarga de abrir el juego, de compartir la responsabilidad de sostener el mundo.

Así de sencillo, así de grave, así de mágico.

La porción colombiana del Amazonas y sus tribus originarias sufrieron mucho la fiebre del caucho. Eso puede verse en los estigmas de los árboles filmados, en las huellas de latigazos en los cuerpos de los personajes. El otro flagelo fue la Iglesia católica, que se encargó de borrar los conocimientos ancestrales de los indígenas. Toda esa historia de dolor está presente, convertida en aventura, en viaje hipnótico de iniciación hacia el corazón del hombre.

El resultado que logró Ciro Guerra trabajando con los actores principales fue impresionante. Nilbio Torres y Antonio Bolívar -como Karamakate en sus distintas edades-, y Yauenkü Migue como Manduka, son indígenas originarios de la amazonia, que viven ahí, a flor de agua.

Especialmente Nilbio Torres, cultivador de yuca en la vida real, cumple una labor única. Su mirada terrible, el manejo de su cuerpo, su belleza, su majestad de rey… Así de hermosos debiéramos ser todos, si escucháramos la voz interior.

Muy tristes tenemos que estar por haber olvidado el regalo de los dioses. Por eso, como dice Karamakate, nunca hay que desconocer  quiénes somos ni de dónde venimos. No hay que permitir que nuestra canción se extinga.

El valor de esta película es hacernos entender que ese mensaje va para todos, sin importar los colores.

 

Estreno en Buenos Aires: 18 de febrero.