Con las manos atadas

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Recomendamos esta obra deliciosa, escrita por Claudia Piñeiro y dirigida por Guillermo Ghio.

Elena es jefa en la escribanía. Estaba cerrando cuando unos ladrones entraron a robar. La encerraron, a ella y a Gutiérrez, el empleado histórico, en el sótano de los archivos. Antes de irse les ataron fuerte las manos, espalda contra espalda. Como estaban solos en la oficina, tendrán que esperar hasta la mañana siguiente para que alguien se dé cuenta de que están ahí, maniatados y contusos.

El frío y el calambre no serían nada. Elena y Gutiérrez nunca cruzaron más de dos palabras seguidas. Él piensa que es una acomodada del escribano Azcona. Ella, que él es aburrido y raro.

El director, Guillermo Ghio, logra transmitir una sensación de encierro, pero lo potencia retratando también la represión interior que atraviesan sus criaturas. Hasta que en algún lugar, entre tanta fricción para acomodarse, florece una chispa.

La escritora Claudia Piñeiro partió de un antiguo cuento propio para escribir esta dramaturgia. Trabajó más sobre las relaciones de los personajes y logró un pequeño tratado de cómo son las relaciones en la actualidad, tan llenas de miedo a que no nos amen. Tan atropelladas y torpes, tan imaginándose el rechazo.

Con su pericia de autora, dio un paso más allá y propuso un milagro posible.

Los diálogos tienen mucho humor y destilan una ternura tan genuina, que uno no puede más que enamorarse viendo esa génesis de un sentimiento.

Los actores están magníficos, son materia dispuesta para reflejar las bondades del texto y la dirección. Marcela Jove transmite a la vez seguridad y fragilidad, en un trabajo que crece desde dentro de su sensibilidad.  Pablo Turchl comienza siendo un opaco y gris oficinista para ir transformándose, ante nuestros ojos, en un auténtico príncipe gris, capaz de generar cierta fe, cierta poesía.

Es una noche mágica, amenizada con pasajes de Romeo y Julieta, que recomendamos no dejar pasar.