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Por: Manuela Roca

El frágil juego de la cercanía y la lejanía de los cuerpos como dos caras de la misma moneda. Una apuesta a la magia del puro acontecimiento teatral. 

Sentirse cercano a alguien hoy en día no implica necesariamente una proximidad física. Aunque pareciera que los avances tecnológicos nos permiten acortar cada vez más las distancias con nuestros seres queridos, cuando la comunicación se corta la soledad reaparece como un abismo insalvable.

Sobre eso se propone indagar el director Claudio Tolcachir en ésta obra protagonizada por Lautaro Perotti y Santi Marín. No es la primera vez que estos tres trabajan juntos. Perotti es co-fundador de Timbre 4, el teatro dirigido por Tolcachir y actuó en varios de sus espectáculos; pudimos ver al trío también en

El jamón del diablo.

Del placer que surge de trabajar con amigos nace esta obra, escrita por el director en base a improvisaciones realizadas con los mismos actores y que se cuestiona qué pasa con el amor y la compañía del otro cuando todo lo que nos llega es una imagen y una voz: sin olor, sin textura, sin piel.

Para el director, el teatro lo hacen los actores, en complicidad con el deseo del público de creer; no hacen falta grandes despliegues para que el espectador se sumerja en la historia que se le presenta y esta obra es la prueba perfecta de que a veces menos es más. Sin utilizar ningún recurso tecnológico, la obra cuenta lo que necesita ser contado a través de un lenguaje puramente teatral. Los personajes comparten el mismo escenario y la misma utilería y sin embargo está claro que entre ellos hay un océano de distancia. De esta forma, el equipo de Tolcachir y los dos grandes actores que lo acompañan demuestran que no hay nada que no pueda transmitirse con la pura magia del suceso teatral.