Suns

Por: Gustavo Friedenberg

Una intérprete exquisita para un clásico de nuestra literatura.

Cecilia Hopkins es una intérprete completa y única. Bastan unos segundos de su presencia en escena para comprender la complejidad que elabora mediante su cuerpo; puede estar simplemente de pie y en silencio, pero sus ojos operan en un sentido, su peso en otro; la delicadeza de sus manos o sus piernas suspendidas nunca son quietud, en todo caso una pausa: un estado de tensión inquietante que antecede un nuevo impulso, que la llevará en otra dirección.

El año pasado sorprendió al público porteño con La memoria de Federico, una original puesta que contaba a García Lorca, a través de una vibrante Margarita Xirgu, con autoría y dirección del asturiano Etelvino Vázquez (también director en Suns), y en la cual Hopkins construía un mundo en el que actuar, cantar y bailar son una única cuestión que en ella, se integran con naturalidad y talento.

Con una evidente fascinación por los grandes maestros de la literatura universal, la dupla creativa vuelve a elegir el texto de Maxi Rodríguez que se inspira en el cuento de Borges: Emma Zunz, publicado por primera vez en 1949 como parte del legendario El Aleph, y que ya les había valido como fuente de inspiración para Gemma Suns, estrenada en 2009 en el entrañable Teatro del Abasto.

El unipersonal que hoy protagoniza Hopkins, propone un inevitable diálogo con aquel dúo que interpretaba junto a León Iskovich, y por supuesto, con la novela de Borges, poniendo en evidencia una cuestión fundamental de la transposición, en relación a aquello que supone y permite la materialidad específica de cada género: determinadas historias exigen poner el cuerpo, y eso excede los límites de la literatura. Esta forma tan esencial de la teatralidad se reedita en Suns con la lógica del ritual, que reencarna la historia cada vez que se lo ejecuta.

Si usted es un amante de la literatura, y de ese teatro que pone el cuerpo en el centro de su dramaturgia, debería incluir ésta pieza en la lista de aquellas que no se puede perder