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El viento se levanta

Por: Sebastián Tabany

La última película de Hayao Miyazaki es un trágico relato sobre el arte y los sueños corrompidos.

La última película de Hayao Miyazaki, el director de animación considerado uno de los mejores del mundo, es un film complejo. En realidad toda su obra tiene esa característica; sus historias nunca fueron directas sino que a Miyazaki siempre le gustó el relato fantástico con muchos personajes y diversas subtramas.  Pero en El viento se levanta (風立ちぬ) Miyazaki optó por una historia que conlleva un debate muy interesante sobre la vocación del arte y el contexto.

Jiro es un joven japonés que siempre tuvo el sueño de volar y debido a sus problemas de visión, se dedicó a fabricar aviones. El problema es que Jiro nació en el período pre Segunda Guerra Mundial. Si bien la película no es explícitamente sobre Japón y su involucramiento bélico, el contexto es imposible de ignorar. Miyazaki elige contar la historia desde el punto de vista de Jiro, su evolución como ingeniero aeronáutico y se toma bastante tiempo explorando una historia de amor. En cuanto a la guerra, Jiro no se preocupa: está muy ocupado construyendo aviones, dando rienda suelta a su creatividad y pasión. No asoma su cabeza afuera del cuarto de ingeniería donde suceden realidades como el fin del feudalismo, el alza militar, el surgimiento del nacionalismo y la alianza con Alemania.

Al no hacer hincapié en un contexto político, la historia de Jiro se transforma en una marcha inexorable hacia la tragedia porque nosotros sí sabemos que es lo que va a pasar.  El horror de la Guerra es inevitable y la película camina hacia él.

Lo que plantea El viento se levanta es la dinámica no resuelta entre los sueños personales y el amor por el arte y su relación con el afuera. Hacia el final Jiro tiene su momento oppenheimeriano, aunque nunca se autodenomina como “el destructor de mundos”. Sus sueños han inflingido masacres y es cuando recién sale afuera y se cuestiona todo. El tenía la vocación de construir los aviones más lindos que hayan existido y son precisamente esas máquinas las que son usadas por los famosos pilotos kamikaze. La metáfora es clara: la vida corrompe el arte. Y Miyazaki lo dice desde un punto de vista triste, casi de resignación.

Es curioso que esta haya sido su última película literalmente. Poco después de estrenada el animador japonés anunció su retiro dejando en su legado más de veinte películas que no solo son joyas de la animación sino planteos existenciales del devenir del ser humano.

Estreno en Buenos Aires: 16 de abril.