Tragicomedia


 Hasta Trilce

 

Maza 177. Tel: 4862-1758. Martes a las 21. 


Sangre, sudor y siliconas

Por:

Divertida hasta la ferocidad, esta versión de Tito Andrónico reflexiona -entre otras tragedias nacionales- sobre la sociedad y su manía de verse joven a fuerza de bisturí.


La obra de Shakespeare es tan extensa, que algunos no sabemos ni dónde empieza. Parece ser que la primera pieza rescatada es justamente Tito Andrónico, violenta tragedia que sucede en Roma y desnuda el ansia de poder, el deseo despiadado y la venganza. En sus apretadas páginas se describen asesinatos, una violación muy cruel, mutilaciones, traiciones a granel.

Gonzalo Demaría traslada esta verdadera orgía de sangre hasta nuestros días. El Imperio romano hoy es una clínica de cirugía estética. La gloria es preservar y mantener la eterna juventud. Los godos leídos como enemigos son ahora los incas, que en algún lugar de la puna secreta conservan la receta ancestral de la tersura. Introduce también uno de los conflictos de la historia argentina; el interior salvaje versus la civilización supuesta de las ciudades. Esa inquietud por referirse a la construcción de la nacionalidad sobrevuela toda la producción del autor.

Además, contamos con su indudable talento. Los diálogos están escritos en un verso blanco sonoro y poético, con vocación de ser declamados. Escucharlos así al aire produce un gran placer y también carcajadas impensadas, porque están salpicados de chistes crueles y mordaces, pero muy divertidos.

Marcos Montes acapara el escenario. Es increíble cómo se planta y cómo se despliega para darle vida a Tito, devenido en cirujano que le roba a los incas el fuego de la juventud. Es un verdadero rey sin corona. Su personaje atraviesa las disparatadas situaciones con un halo de dignidad que no conoce derrota, pero que, por contraposición, resulta muy cómico. Alrededor de su poderosa figura, y ya en un registro de comedia desbordada, se ubican los demás personajes: Marcos, interpretado muy bien por Daniel Campomenosi; Saturnino,  el heredero, jugado hasta el extremo por un chispeante Fabián Minelli; Fanny Bianco, que compone con gracia a una sufrida Lavinia de pantomima, tan gestual a la fuerza; Gastón Vietto, el hombre llama, y Adriana Pegueroles, que hace de princesa y reina Inca, al ritmo de su propio malambo.

Como vemos, el imaginario autóctono y personalísimo de Demaría siempre dice presente. Y también lo dice su pericia como director.

El vestuario y el diseño de luces tienen una gran impronta de teatro profesional. Es una puesta lujosa aún en su pequeño formato.

La música es un gran plus. Pertenece a Gerardo Gardelín y es muy hermosa, especialmente en los pasajes en donde se oyen quenas y percusión del altiplano. También hay canciones,  planeadas y coreografiadas como en un teatro de revistas demodé. En sus letras se desnuda una crítica acerca de este rejunte tan banal que es la moda tomada como filosofía y su tiranía de la belleza.

Una reflexión colateral: la violencia contra la mujer -tan explícita en escena- quizás empieza por el mandato de verse siempre hermosa. 

> COMERCIAL
> DISTRIBUCIÓN
> EDICIONES ANTERIORES