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Drama

El amor es un bien

Por: Nicolás Chiesa

Inspirada en Tío Vania, de Chéjov, una obra de ilusiones, frustraciones y rechazo a la resignación se destaca en la cartelera.

 

El dramaturgo Francisco Lumerman pensó en Tío Vania. Imaginó su puesta en otro universo (uno más conocido, nuestra Patagonia), con personajes argentos, mate y guitarras criollas, y cuando quiso darse cuenta, su obra ya se había independizado. Está bien que El amor es un bien lleve su propio título.

Lo mejor de abrirse de un clásico, aun bajo su influencia, es perder el miedo, esa solemnidad de tratar con una gran obra que a veces encorseta la libertad. Sin nada de esto, El amor es un bien es una puesta pequeña, de corte intimista pero vuelo alto. Un hostel en decadencia donde tío y sobrina viven lo mejor que pueden, que no es poco, con un único huésped habitué. Hasta que desde la ciudad llega el padre de la joven, con esposa nueva. El choque entre habitantes de un pueblo alejado y los usos ciudadanos es inevitable.

La obra tiene innumerables méritos: el diseño de personajes, comunes, de habla habitual y sin embargo tan ricos. Los diálogos: líneas sencillas, sin rulos lingüísticos, que sorprenden por su contenido. Y las interpretaciones.

José María Marcos es el padre, avejentado, cínico. Ya sabemos de Marcos: un dínamo maestro de expresividad y, ejem, mala onda. Queda en los jóvenes del elenco (Manuela Amosa, Jose Escobar, Jorge Fernández Román, Ignacio Gracia, Julieta Timossi) la responsabilidad del contrapunto: personajes que saben que la cosa pinta difícil pero no quieren perder la esperanza. La de ser felices. ¿Lo último que se pierde?

Atención. El amor es un bien es una obra que hay que ver. A reservar entonces. Que nadie se quede afuera de esta campechana elegía contra la resignación.

 

Metropolitan Sura

Av. Corrientes 1343 - Jueves 20h.