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Mariano Bassi realiza una proeza actoral para acercarnos al apabullante mundo de Osvaldo Lamborghini.
En este cuento, adaptado para el teatro por Cristian Palacios y Mariano Bassi, hay un personaje que trata de que la palabra tenga su justo valor. Es Takuro, samurai japonés devenido oficinista.
En su oficina también trabaja un empleado que cargan de culón, un homosexual reprimido exaltado por las hormonas, un polaco que a veces boxea, un gerente.
Los protagonistas, que se van haciendo más palpables a medida que avanza la trama, deciden jugar un partido de fútbol de solteros contra casados. El reprimido le promete a uno de los otros que si ganan es capaz de tener sexo oral con él. Varonidad, risotadas, intenciones de tapar verdades con palmadas y retruécanos.
La incapacidad de entender esa manera de bromear hace que Takuro requiera la concreción de esa sentencia. Con el sable en la mano, exige una ración de justicia. Pija o muerte.
Este delirio esconde una profunda verdad nacional, muestra muchas formas de ser argentino. Unos intentan salirse de los malos chistes: otros intentan no ser un chiste viviente.
Vale la pena detenerse en la admirable adaptación de la historia de Lamborghini, en la musicalidad que obtiene Palacios al combinar esos múltiples discursos. La dramaturgia es impecable, trasciende la sencilla puesta de unas paredes con cuadritos nacionales y una silueta en el piso. Una figura dibujada de alguien que ya no está.
Y lo que se lleva las palmas es la sobresaliente actuación de Mariano Bassi. El actor, dotado de un excelente estado físico, compone además ese ramillete de personajes prestándole voces, cuerpos imposibles, gestos, posturas, vértigo.
La causa justa es una maratón que no para hasta el remanso del final, que termina de cerrar la idea de que detrás de tanta risa, de tanto sin sentido, hay algo que no anda bien entre nosotros, hay una verdad amarga que pide por justicia.