RECOMENDADOR DE ARTES Y ESPECTÁCULOS

Riachuelo sin nieblas

Museo Quinquela Martín

Por: Ana Larravide

El 29, que recorre la ciudad de norte a sur, deja justo en la puerta. La calle Caminito atrae turistas. Pero los que van por amor a Quinquela entran a visitar su casa. Allí vivió desde sus sesenta años (1949) al 77.

Qué casa! Si la belleza fuera un lujo no la hay más lujosa en toda la ciudad. No por enumerar las obras de arte en el tercer piso -Lacámera, Daneri, Tiglio...- digo por la belleza conmovedora
del apartamento en el quinto piso. Habitaciones con esa modestia que sólo combina con un tiempo anterior a la electrónica. Muebles compañeros de la vida cotidiana: cama, mesa, sillas y tan poco más. Armoniosos, sencillos. En esta casa la poesía parece andar suelta por todos lados. En la cocina: la mesada, los cajoncitos, hasta la misma heladera Siam están pintados de colores.
No abigarrados, no cansadores: colores acompañadores, tranquilos. También hay colores (celeste, verdecito, rosa, amarillo) en el baño. Y -en un costado del gran estar/ comedor- un piano. Un piano pintado de verde (no verde inglés ni verde esmeralda) un piano tan verde agua que hasta tiene
un barco navegando en el atril. Como invitando a ese barco, al otro lado del inmenso ¿comedor? ¿taller? se abre El riachuelo ¡desde ese gran ventanal de un quinto piso! 

Propongo un recorrido por la vida de uno de nuestros máximos artistas plásticos, asistiendo al edificio de Galerías Pacífico, que otrora albergara al Museo Nacional de Bellas Artes. En el núcleo central de la construcción se encuentran una serie de murales realizados entre 1945-1947, con firmas de Lino Eneas Spilimbergo junto a Berni, Castagnino, Urruchúa y el gallego Colmeiro Guimarás, considerados la manifestación más importante del muralismo argentino. Dentro del Centro Cultural Borges, que se encuentra en la esquina sudeste del magnífico edificio, se realiza esta muestra, con curaduría de su nieto y actual poseedor de la colección, el arquitecto Leonardo Eneas Spilimbergo. Él ha realizado un excelente trabajo de distribución en núcleos, de una exhibición con más de 60 obras en papel y compuesta por dibujos en sus distintas técnicas (lápiz, tinta, carbonilla, pastel) también grabados y monocopias.
Material acompañado por documentos y fotos del artista que permiten reconstruir el
contexto social y cultural en el que desarrolló su trabajo.
Nacido bajo el signo de Leo en 1896, desarrolló el arte del dibujo, de tal manera que cuando ingresó a la Academia Superior de Bellas Artes, realizó la carrera de 6 años en tan solo 3 y egresó como profesor nacional de dibujo, dando comienzo a una de las más prolíferas y maravillosas carreras artísticas lujo mayor, fantástico y alegre (porque la tarde era de sol) pero escenario también de rayos y tormentas o amaneceres de niebla o noches con algún incendio lejano (cuadros, cuadros, cuadros). Una escalera lleva a la terraza de las esculturas. Y una más al más
amplio paisaje de La Boca: desde el puente de fierro (ese puente hecho en la época de
los remaches, creo, a fuerza de golpes fuertes... aunque no: así está hecho el puentecito
de atrás de Constitución, pero ése tan grande ya no, creo) el puente en fin, reflejado en el agua, las grúas como dinosaurios modernos, el agua quieta color siena tostada, un remero en un botecito amarillo. Riachuelo sin nieblas, hoy. ¡De cuántas maneras lo pintó Quinquela! Empezó llamándose
Benito Martín en la Casa de Niños Expósitos hasta que fue adoptado a los siete años por
los Chinchella. El padre, tan fuerte que era capaz de hombrear juntas dos bolsas de carbón. La madre analfabeta y sabia en lo básico: abrazar a ese niño, cuidarlo y cuidar hogar y carbonería al mismo tiempo. 

Quinaquela supo en su espalda lo que pesaban las bolsas que los personajes de sus cuadros acarrean. En contraste con su padre, el fuerte italiano, Benito era apodado El mosquito: flaco pero veloz, volaba en el muelle.

Trabajaba doce horas pero iba además a la Sociedad Unión de La Boca, un centro barrial donde se enseñaba algo de artes y oficios. Allí, un libro de Rodin, El arte, lo impulsó: “pinta tu aldea”. No fue fácil hacerlo, con tan pocos medios. Pero empezó. Un día, un galerista del centro oyó hablar del “pintor carbonero”, tocó a su puerta. El padre no entendía, pero lo llamó: “Benito, un señor de guantes quiere hablarte..” y así siguió la vida: enormes esfuerzos, esplendorosa simpatía y generosidad, viajes a Europa y Nueva York, aceptación de su obra y críticas a su obra (sempre hay quien opine sobre lo que debe ser y lo que es) amigos francos, amor por su trabajo y por su barrio. Fundó escuelas. Trabajó. Amó su barrio, su gente. Emociona hasta hoy. Gastón Bachelard escribió
sobre la poética del espacio y sobre “cómo vivimos el día a día en determinado rincón del mundo. En la casa de cada uno vive su poesía personal.” 

En la de Benito Quinquela Martín permanece la suya. Y nos recibe.

Museo Quinquela Martín

Museo Quinquela Martín. Avenida Pedro de Mendoza 1843.
Entrada gratuita. Lunes cerrado.